lunes, marzo 13, 2006

"Broken flowers" y Jarmusch descerebrado

Físicamente, las emocionalidades son el prisma desde donde miramos todo. Hasta el aburrimiento más hondo puede cambiar la visión del cigarro y el humo que se eleva. Hasta el nirvana más silencioso es un orgasmo. La ira con la tristeza adentro. Te amo y te quiero matar. Etcétera. Hoy debo estar disciplinado en el trabajo, pero por la recon..., etcétera. El astrónomo cálcula cuidadosamente la distancia de la estrella que observa hace dos décadas, y se da cuenta otra vez que está alucinado, casi loco, que su trabajo no tiene el menor sentido, y lo trágico es que ama un objeto de hidrógeno instalado en el cielo a distancias siderales, que además parece pintado por un pincel.

La música y el cine son las artes que juegan más duro a las emociones; la literatura se ha volcado a la risa, la pintura hacia las preguntas. Algunos pocos maestros del cine saben que el sentido del clímax se parece a la cadencia del ritmo, la significación primaria de la música, quizás de la vida. En general, desde la artificialidad al melodrama todos conocen que deben llegar al punto más alto, para luego dejarlos caer: a los espectadores, a sus emociones, al tejido dramático. Insisto, sólo algunos de estos hombres saben, que el tejido es más denso, y que poco importa ya si el hijo de Luke Skywalker, acompañado de ejércitos de computadores galácticos con Susanas cabezas de elefante y patas de avestruz, conquistará el universo y se casará con Helena de Troya.

Algunos directores del país del norte lo saben. Contados con los dedos de las manos: Scorsece lo sabía, parece haberlo olvidado. Lynch lo tenía a mano y Una historia sencilla dejó boquiabiertos a sus seguidores. Es capaz de hacer una historia sobre una miga de pan. Allen algunas veces lo sabe, otras veces tiene que mantener a su familia. Mucho incesto, mucha neurosis. Era mejor la montaña rusa de la risa y el fracaso.

Pero quien no ha perdido el hilo es Jim Jarmusch. Su manejo del tiempo y la música se parece a un cineasta de los países civilizados. Broken flowers, anticipada en el Blockbuster de mi barrio, me ha dejado sin lanzarme al precipicio, sujeto mientras el personaje corre, sin saber que busca o que espera del personaje al que busca. Bill Murray parece continuar en la increible Lost in translation. Si algo sabemos de él es que está perdido en su emocionalidad. Si uno le hiciera cosquillas el personaje se mataría de la risa; si le mostrara una foto sobre la extinción de la ballena azul, lloraría a gritos. Pero en cambio, sólo al final, Don Jonshton, decide correr.

En el cine de Jarmusch pareciera haber una transmutación del de Tarkowsky. Con la diferencia que aquí los personajes hablan y el silencio no abunda en la siesta de la butaca. Pero, sin emabargo, aquí también parecen estar en silencio. La manera de sentarse de Murray en el sillón, el gesto a una amante lo es todo. La comicidad estalla en una situación donde nadie se cae, donde a nadie se le hincha el culo. Simplemente hay una psicoanalista de mascotas, por decir algo. El enigma policial es el de la vida, y el final es desesperado, como siempre debiera ser. He leído por ahí que esperaban más "densidad dramática". Creo que es al revés: un gato o una rosa tienen tanta densidad como la música, un diálogo, o cualquier fotograma de la película. La soledad es tan intensa, como la de Murray en Lost in..., que en el televisor del living se ve una sola película. Todo el resto del tiempo, está apagado.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

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1:00 a. m.  

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