viernes, septiembre 09, 2005

Play (de Alicia Scherson)

Cuando Tarkowsky se enfrentó a su último film, lo he pensado taciturno, cabizbajo o maldiciendo a más no poder, cuando supo que en el clímax de El sacrificio, se había quedado sin película para filmar. Y había que rehacer la escena más costosa en la cual el fuego...bueno, es mejor verla a contarla, siempre olvidándose de todo el cine conocido, o sólo tal vez sin olvidar a Antonioni, o encontrando un acompañante especimen que no sabe que existe MTV, y por lo tanto puede verla con paciencia, o sin un buen café.

Quien ha visto a Herzog, distinto a esos dos gigantes y sin embargo con un pulso tremendo para armarse una filmografía, estaría gustoso de saber o recordar, que alguna vez enfrentó al divo Klaus Kinski a punta de pistola, amenazándolo en la demencial y verosímil filmación de Fitzcarraldo. O Kinski seguía actuando, o simplemente dejaba el mundo y empezaba a pensar en la reencarnación, o algún sucédaneo para los últimos momentos de la vida. En Play de la nacional Alicia Scherson se podrían ver estos pulsos, tratándose de su opera prima y arriesgándose sin pudor para un público nada de fácil, o más bien demasiado fácil como el actual.

¿Divertirnos o conmovernos?, ¿reir o llorar?, ¿efectos especiales o la vida?, ¿cine arte o comedia?. ¿Final feliz?. Dicen que hay dos grandes escuelas: los que quieren significar con dos imágenes yuxtapuestas, o los que quieren filmar una película como si fuera real, como la vida: aunque hable de mostruos, u hormigas con superpoderes, romanos fisicoculturistas, o ninfómanas persiguendo a un arrugado Michael Douglas. En Play se opta por lo primero y por eso está hecha a pulso. Hay escenas que nos pueden conmover a pesar de que no busca la lágrima de la teleserie: cuando Cristina lee las revistas, cuando Tristán borracho habla con el mar de fondo fotografiado en un afiche que decora un bar de mala muerte. Pero lo interesante es que Play puede no aburrir a un público menos sesudo. Hay un extraño suspenso en una película con el final de su metáfora: el walkman. Y también una extraña comicidad en el argentino puto, o cuando Alicia va tras Tristán y él va tras Aline Kuppenheim, en una de las escenas más notables.

La música nos ha enseñado que no todo es arte o basura, lo que a veces enseña la televisión también. En la música clásica, o en la tristeza infinita, el bossanova no tendría cabida. En la televisión siempre estúpidamente divertida, Plan Z o Seinfield nunca habrían existido. En el cine chileno de finales de los 60, o la hollywooduevada de hoy, Play se refugia en la medida de su inteligencia, pero también en una insinuante originalidad, con certeza y en el ritmo de un cine de mañana, o del lunes siguiente.