miércoles, septiembre 07, 2005

La fuente y el sexo

Lo que no saben algunas religiosas de claustro, y si mantienen su fervorosa fe nunca lo sabrán, es lo mismo que no sabe un niño que intuye nervioso su despertar sexual. El se rie incansablemente de bromas sexuales infantiles, ella se ruboriza o se persigna, o eleva su pensamiento hacia las cuestiones doctrinales de la religión.
Tal vez también la mente de un adolescente se confunda como la mente de los solitarios. Ambos ven los cuerpos perfectos que no les ha tocado poseer, pero que sin embargo ya aparecen en la mente antes de prender la TV. Los solitarios empedernidos habrán todos de redimir su imaginación y la acción mecánica en encontrar una mujer que los quiera de noche, pero también de día y al desayuno. El adolescente descubrirá pronto, que el pequeño pedazo de tela, que permite esconder el cuerpo desnudo de los censuradores a las cinco de la tarde, se asemeja a una flor, y que al sexo se le llama amor, porque es algo más que un escalofrío y la muerte, o más que una violencia de los cuerpos que queremos desear, no entregar. Así nos salvaremos, diría un cura reformista, de los violadores más que de las putas, que siguen siendo amables y entregándose a los noctámbulos. La obscenidad, dirán cuando la frente les crezca más que dos dedos, es esta puta Fuente de agua del Bicentenario, que cuesta mil millones de pesos, donde el agua sube pero sólo hasta una altura dentro de la topósfera, como para confirmar que cuando llueva el agua seguirá cayendo desde arriba hacia abajo.
Obscenidad que mide 68,62 metros de largo por 25,72 metros de ancho, con luces y juegos de agua. Obscenidad que tal vez no permitirá a los niños bañarse en el verano de Santiago. Obscenidad al lado del monumento a la aviación, una especie de terodáctilo de metal hecho en las épocas de Leigh y Mathei. Parece que el agua le moja el culo al terodáctilo, pero que importa si la reconciliación parece un imperativo moral que no le interesa al terodáctilo, ni menos a la lluvia o a los olores a la primavera que andan por ahí con los espíritus de algunos -y el dolor-, diciendo que tal vez hubieran luchado por más ciclovías o algunas piscinas en la pobla. Nada mejor que caminar tranquilo después del trabajo por nuestra ciudad. Y si la rabia es inaguantable al pasar por ahí, eludir los guardias y lanzar un breve escupo, o unas lágrimas, de una obscena inevitable tristeza.