martes, septiembre 06, 2005

El sueño del distraído

"¡Mi mujer ha muerto, soy libre!
Puedo, por lo tanto, beber hasta hartarme"
Charles Baudelaire

El funeral de su mujer le resultó unos momentos bastante aburrido a causa de la corbata y el traje, que parecían demasiado abrigados para la estación. Su cuñada lloraba sin parar porque, al decir verdad, Matilde era la sostenedora de todos sus hermanos. Pero para él, poco después de comprobar que la religión no era lo suyo, a causa de los innumerables acontecimientos trágicos que había vivido, pensó que el alcohol representaba un verdadero sentido de fe, sostenido sobre la historia antigua de muchos pueblos. “Pero es precisamente éste, el único funeral en el que no puedo –ahora ni en el curso subsiguiente de la vida- quedar borracho de pena y licores.” Dada esta refelexión un poco amarga, tomó una desición compasiva y un tanto dulce consigo mismo. Se emborracharía durante un mes en las noches, y trataría de escribir una novela en la que recordarla. Esbozó entonces una leve sonrisa.

Por eso, cuando volvió a casa el jueves de la semana siguiente y estaba llena de las flores de María, pensó que lo visitaban Matilde y su suegra, preocupadas y dispuestas a llorar, pero también a reírse con los recuerdos. Quizás entonces evitó el infarto también por el dulce olor de las del florero, pero fundamentalmente al cubrir la desnudez de María con el hábito casual, pero cotidiano de lanzar el abrigo sobre la cama. “¡María!”, se sobresaltó su corazón, aún más al verla con su acostumbrada desnudez de ángel que se lo paraba, y le calentaba hasta la punta de las pestañas. “Como te gusta todavía y te exaltas cuando te espero empelotas” le dijo ella de lo más natural.

Entonces no lo pensó dos veces: si estaba soñando debía concentrarse y hablar y culiar toda lo que durara. Si había perdido la razón debía estimularse y follar alucinadamente más que hablar, y sería un delirio alegre. Calmo. Pero más tarde, si María no lo hubiera mordido más fuerte que lo habitual en el hombro, no podría haberse erotizado hasta el vértice de la conciencia, junto a una lágrima que descendió de su rostro, cuando comprendió que había tenido un sueño de los que ciertos indúes llaman vadar sadaimas.

- María te acuerdas de los sueños de los que te hablé una vez que contaba el profesor de meditación. Amor he soñado que morías y tuve la percepción de que duraba días. Te quiero- le dijo en la mitad de la noche.

Al despertar y verla a su lado sintió que por mucho que hubiera mejorado en salud, la meditación también era occidentalizada, ajena a nuestra cultura, a la fuerza necesaria para vivir en la ciudad, la misma inagotable que te chupaba. Es claro que la terapia tampoco era la solución, con el análisis interminable de la vida y los bolsillos vacíos. Con buenos pensamientos, dijo que en cualquier caso, aceptar esta experiencia le había hecho dejar atrás la neurosis enfermante. “Nunca más me perderé en los tiempos muertos” pensó. “Viviré feliz, aunque haya que trabajar todos los putos santos días” se dijo.

Pasó el tiempo acostumbrándose a una vida más llevadera, con la misma cantidad de problemas pero sin la amargura o rabia que estos le traían. Seguía el curso de las cosas, y empezaba a pensar más en los otros. “Aunque me reviente el corazón” se decía para querer más a su hijo Julian y a María. Las mañanas del otoño, invierno y primavera se volvieron aún más eróticas que neuróticas, ya no importaba llegar unos minutos tarde.

Uno de los días del verano siguiente se quedó meditando en que no había alcanzado a lavarse los dientes. Había besado a su mujer con aliento a café. En la tarde llegó un poco cansado y se quedó dormido. Despertar a la mañana siguiente sin encontrar a María a su lado, lo llevó directamente a pensar que se había encontrado un amante. “Es una puta” dijo cuando miró la foto en el espejo. Pero al reconocer el auto destrozado en la foto del diario, volvió a creer en el sentido premonitorio del sueño vadar sadaima. Se entristeció, bebió un poco de alcohol, unos cigarrillos y sintió pena por Julian. En el funeral se dijo que bebería. Pero sólo esa noche con desmesura.

Por eso, cuando volvió a casa el jueves de la semana siguiente...